Lo que quiero comentar es algo mucho más simple, mucho más evidente. Quizá por eso es muy inquietante que nadie lo haya destacado aún. Observemos durante unos segundos a la famosa vaca.

Amigos, la vaca es roja. Roja. ¿De dónde viene esta vaca?, porque en este planeta acostumbran a ser blancas o marrones. Me sorprende que su color pase inadvertido. Y lo preocupante es que se ve a la legua. Es una vaca roja.
No quiero decir que un animal no pueda tener un color que no sea el suyo. Ahí está la vaca de Milka, otro clásico. Pero en su caso impera la lógica y su pelaje sí que es reconocido. Es una vaca violeta. La vaca violeta de Milka. Su color es un distintivo. Perfecto, lo normal. Pero en el caso que nos ocupa, no. En este caso lo sorprendente es que la vaca se eche unas risas. Hay que joderse, ¡pero si es una vaca roja!
Así pues, ya basta de llamarle vaca. Porque no es una vaca. Eso en mi pueblo se llama Diablo. Miradlo bien. A lo mejor no lo reconocéis porque lleva un morro de animal de esos de carnaval que solo te tapa la nariz. Pero es él. Es más, fijaos en la empresa propietaria del producto: Bel. Bel-cebú. ¿Os suena, verdad?
Pues eso, sólo quería avisar a la población: tenéis al Diablo en la nevera.
Yo en vez de una ouija siempre he utilizado la tapa de los quesitos.
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