domingo, 1 de noviembre de 2009

ratoncito pérez

Algunos ya conocéis mi fijación con ciertas tradiciones y cuentos populares que corren de generación en generación a pesar de ser auténticos despropósitos. Como ya habréis adivinado (a no ser que tengáis la terrible enfermedad de no poder leer títulos), hablaré sobre el cuento del ratoncito Pérez.

Lo primero que vamos a hacer es llamar a las cosas por su nombre, así que nos dejaremos de ratoncito y lo llamaremos ratón. Pequeño si queréis, pero ratón.

Muy bien. Yo soy niño y me dicen que deje mi diente debajo de la almohada porque va a venir un ratón a llevárselo y no pego ojo en toda la noche. Al tío que se inventó esta historia se le fue la olla del todo. Este pavo sólo quería hacer sufrir a los niños (que no sea el mismo lumbreras que creó Los Lunnis).

Vamos a ponernos en la piel de un niño(1). Te dicen que duermas y que durante algún momento de la noche vendrá una rata, se meterá debajo de tu almohada y se llevará tu diente. Encima no te dicen exactamente cuando vendrá, para crear el suspense necesario. La historia es terrible. No es una hada que deja regalos a los niños buenos, no, ¡es una puta rata que colecciona dientes humanos! Vamos, algo asqueroso a más no poder. Ni me quiero ni imaginar como tendrá su escondrijo...

Sí, vale, la rata te deja cuatro duros donde estaba el diente, ¿y qué? Eso no paga la noche que ha pasado el chaval. Que se quede con el dinero, hombre. Porque esa es otra, ¿de dónde saca el dinero para pagar a todos los niños? Muy fácil: del mercado negro. Contrabando ilegal de dientes de leche. O sea que el ratón, para más inri, trafica con nuestras muelas. Sé que es terrible, amigos, pero todo encaja.

Por cierto, ya para acabar, no quiero meterme yo con el noble apellido Pérez, pero joder, puestos a crear un cuento para niños, yo que sé, llámalo el ratón Denti o la ratita Weisy, pero no lo llames Pérez, coño, que es un ratón, no un contable.


(1) Literalmente es difícil, porque tendríamos que matar a un niño y hacernos un traje con su piel. Un traje que luego nos vendría muy pequeño debido a las dimensiones del chiquillo. Así que, metafóricamente, vamos a ponernos en la piel de un niño.

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